De formación clásica, por su licenciatura en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en donde consigue dos premios extraordinarios: el de Composición y el de Paisaje. Promoción 1950-1955.
Fue becado posteriormente por la Diputación Provincial de Asturias para ampliar estudios en Italia en el año 1956, y en Paris en el año 1958.
Realizó numerosas exposiciones individuales, en Madrid, Oviedo, Bilbao, Gijón, La Coruña, San Sebastián... y ha participado en importantes exposiciones colectivas. Algunas de sus obras están representadas en varios museos y en numerosas colecciones particulares.
Fue conocido su gran interés por las obras de los grandes maestros del pasado y del movimiento innovador que constituye la pintura contemporánea.
Nada en la familia del pequeño Casimiro hacía presagiar su deriva hacia el arte. Pero el benjamín de una familia polesa de cuatro hermanos era de los que dibujaba incansablemente y con un talento innato desde crío. Su destreza con los colores -aunque se cargó antes alguna caja de acuarelas que recordó con pesar toda su vida- le hizo ganar sus primeros elogios, y alguna merienda, decorando los típicos Huevos Pintos de la Pascua Polesa.
Aunque la revelación de alguna importante exposición vista en Oviedo redobló sus ganas de experimentar con el óleo, ni se le pasaba por la cabeza dedicarse profesionalmente a la pintura. Lo intentó con la tijera y el peine en la peluquería de su hermano Luis y también con la docencia, pero ninguno de esos oficios era para él. Había vendido algunos retratos durante sus años de «mili» en Navarra y obras suyas fueron seleccionadas para los certámenes que entonces organizaba el ministerio de Educación y Descanso.
Ahí fue donde cambiaron las cosas. La calidad de esos trabajos llamó la atención, hasta el punto de que le valieron una beca para estudiar en la Escuela Superior de San Fernando, en Madrid. Se preparó a destajo durante un año, copiando esculturas al carboncillo en el Casón del Buen Retiro y modelos del natural en el Círculo de Bellas Artes. En esas sesiones se fijó su amor por los retratos de desnudos femeninos, uno de sus temas predilectos. Hombre sociable y siempre abierto, se trató durante esos años de formación con otros aprendices y trabó amistad con algunos de ellos, como Antonio López, quien siempre elogió la claridad y el orden del dibujo del asturiano. También expuso junto a Luis Feito.
Durante un viaje a París, en 1955, recibe de lleno el impacto Picasso, artista que dejó un poso profundo en el joven Baragaña, como le evidenciaría siempre su aproximación a la figura humana. Pero en ese mismo tiempo otra beca le lleva a Italia, donde se empapa de la estatuaria romana, de la pintura prerrenacentista florentina y de la magia de los frescos latinos, especialmente en la Villa de los Misterios de Pompeya. Bajo ese influjo, y tras un fallido intento de opositar a profesor en la Universidad Laboral de Gijón, da el gran salto y decide hacerse profesional en tiempos difíciles y en un lugar también difícil. Corría 1957.
El primer gran encargo para el recién profesionalizado Baragaña es el del presbiterio de la iglesia parroquial de San Pedro en su localidad natal: un encargo de notable envergadura que resuelve en dos meses con gran desenvoltura, y que le abriría las puertas a encomiendas en otras iglesias, como la de Santa María de Cangas de Onís o la de San Pedro, en Mestas de Con. En su pintura -que va dando a conocer con buenas críticas fuera de Asturias y que es seleccionada para varias Exposiciones Nacionales de Bellas Artes- prima el dibujo, cierta monumentalidad y un uso del color que tiene mucho que ver con su trabajo como muralista.
Esa forma clásica de entender la pintura sufre un paulatino cambio a partir de mediados de la década de los sesenta; primero en la llamada época «de las teselas» y después con una apertura hacia la expresividad y el color que marcarían su obra de madurez. En la primera de esas épocas, concibe y pinta sus cuadros como mosaicos de pintura, construyendo la imagen mediante la acumulación de pinceladas regulares, como teselas. El creciente protagonismo del color y de la pincelada explota cuando Baragaña -curiosamente no en Asturias, sino desde la sierra madrileña- se pone en pleno contacto con el género del paisaje.
Ahí será donde Casimiro Baragaña deje su obra seguramente más inolvidable, entregándose, a veces muy cerca de la abstracción, a lo que se ha descrito como paisajismo lírico: una seductora visión de los bosques asturianos llena de expresividad, sensualidad y una paleta en la que se mezclan la osadía en los colores (sobre todo, en referencia a los tópicos sobre el paisaje asturiano) con un gran comedimiento y sentido de la elegancia.
Esa obra, junto con los desnudos femeninos emparentados con el Picasso azul o rosa, y los bodegones, constituyen la producción más conocida y reputada del pintor, que fue distanciando sus individuales a partir de los 80 pero siguió siempre activo, y siempre vinculado a su Pola de Siero natal, donde ahora ha posado los pinceles.
Hace algún tiempo citaba yo, a Luis Gordillo, como autor de la expresión "impresionismo abstracto" para definir un tipo de pintura que hacía confluir, en cierto modo, la transformación formal producida por la abstracción con la disolución de las formas en luz, preconizada por los impresionistas. Algo después leí la misma expresión atribuida a Elaine De Kooning, la esposa del artista americano-holandés, para designar algunos de los pintores incluidos en el expresionismo abstracto. Puede que cada uno de ellos la haya discurrido por su cuenta y que sean muchos más, los que en algún momento la hayan utilizado o pensando en esa manera de entender, buena parte de lo que comúnmente se suele llamar abstracción lírica identificando el apellido, ese lirismo, con un acceder a la abstracción por la puerta abierta por el último Monet hace más de un siglo. Quiero decir un acceso directo, sin contaminación de expresionismo.
Lo anterior viene a cuento porque CASIMIRO BARAGAÑA está en el camino de esa abstracción lírica vía la luz impresionista. No ha llegado aún a ella y no sé si lo hará. Tampoco importa mucho porque no sería más que una de las formas de expresar lo que el artista pretende: su manera de ver y sentir la naturaleza plásticamente mediante el milagro de la pintura, por su sola y autónoma mediación.
De modo que cuando terminó sus estudios, fruto de algunas becas en España y en el extranjero, expuso aquellos primeros cuadros suyos, cuyo realismo sólo se ponía en cuestión en cuanto a un moderado olvido de la perspectiva convencional, planteando un acercamiento al tema - bailarinas, personajes de circo, bodegones - en enfrentamiento plano.
En esas estaba cuando le encargaron la realización de unos grandes murales para la iglesia parroquial de San Pedro, en Siero. Pocas veces un pintor tan joven tiene la posibilidad de enfrentarse al reto que la pintura al fresco supone. Era una ocasión única pero también una gran responsabilidad, aumentado por el hecho de que el encargo viniera de su entorno local. Sabía que se esperaría de él, en aquellas circunstancias, un trabajo dentro de coordenadas conservadoras. Pero sabía también, como lo supieron grandes autores de frescos a lo largo de la historia del arte, que debía aportar a la obra su aliento o de modernidad.
Se lo imponía el tema, no quería una pintura religiosa convencional, y, por otra parte, las enormes superficies a cubrir aconsejaban un planteamiento esquemático.
Necesito, pensó, una solución cubista. Primero más moderado en los bocetos, no se fuera a malograr el encargo. Luego había que esencializar formas y enfatizar el linealismo en la realización. Era, claro, un cubismo muy templado. Pero con el introdujo la geometría en su obra y se libró de su atadura primera: el naturalismo.
Aquel mural le dio fama y motivo para otros encargos que le mantuvieron algún tiempo apartado de la pintura de caballete. Cuando volvió a ella, esa pintura había cambiado sensiblemente. Se pobló de manzanas hexagonales, jarras inventadas de canon geométrico, figuras femeninas - siempre la mujer en las figuras de Casimiro - con los brazos en posición tal que se convertían en rectángulo, codos y axilas como angulares, y cierta propensión a lo escultórico, heredado de los murales.
Pero puesto que ésta es una exposición antológica, quizá pudiera ser interesante volver la vista atrás para recordar cómo transcurrió hasta ahora la evolución de la obra de Casimiro, un artista siempre identificado con la figuración aunque también siempre seduciendo, como espectador, por la belleza y la rigidez de soluciones plásticas que, ya desde sus tiempos de estudiante en la Escuela de Bellas artes de Madrid, tentaban y atraían intensamente su sensibilidad de artista.
Estamos en aquellos felices años 50 del informalismo español en los que algunos de los pintores que protagonizaron el arte de la década eran capaces de sujetarse en la escuela de los cánones de lo académico y sumergirse de luego en sus talleres en la vorágine creativa del arte nuevo. Casimiro les admiraba, estaba el día de sus creaciones, pero no se decidía a participar de ellas. Por otra parte admiraba también a Picasso y a su compañero de estudios Antoñito Lopez y estaba atento a otros caminos que el arte, afortunadamente siempre multiforme, extendía, al margen de las corrientes hegemónicas, ante su mirada joven. Y además estaba su dominio del dibujo, su mejor arma de artista, que le aconsejaba dar protagonismo a la línea sobre el color en su obra.
Aquellas composiciones de formal geometrización en las que la línea imponía su férrea dictadura, no satisfacían sin embargo el sensualismo lírico innato en Casimiro. Si primero rompió con el naturalismo, aspiraba también a romper con la captura de la línea. Y para ello se valió de las teselas.
Los aficionados a la pintura recuerdan bien aquella época de las teselas que Casimiro expuso en Asturias y otros lugares de España, incluyendo dos muestras en la Sala Macarrón de Madrid, de gran éxito, a mediados de los sesenta. Paisajes y figuras se estructuraban mediante aquellas formas geométricas esenciales, plano reducidos, bien delimitados como formando un mosaico, que recordaban algunas cosas de Manuel Angeles Ortiz o Díaz Caneja aunque en estos con menor vocación y aplicación geométrica. Fueron cuadros muy característicos que sin embargo pretendía sobre todo, y así sucedió cuando las teselas perdieron su perfil para devenir en marcha, sustituir lo geométrico por lo lírico.
Fue en 1971, también en la Sala Macarrón, cuando se pudo ver por primera vez el rompimiento de aquellas pequeñas líneas para dar lugar a una exuberante floración, ejemplarizada en un cuadro de particular éxito titulado "Arboleda sobre gris". Pero el desencadenante de la nueva pintura había tenido lugar algo antes ya en Asturias con el descubrimiento por parte del pintor del paisaje asturiano. Algo que antes miraba pero no veía, o por lo menos no veía con los mismos ojos de artista abierto a una nueva libertad expresiva.
A partir de ahí, la evolución de la pintura de Casimiro ha ido evolucionando lentamente, como siempre ha sucedido con su obra. Primero mandado más el paisaje, su presencia como motivo. Luego mandando el pintor, dando prioridad a lo sentido sobre lo visto. Acertado, como desde joven había hecho, el motivo la superficie, plenamente ocupada por el monte bajo o por el inextricable (intrincado y confuso) ramaje de los árboles.
La pincelada suelta y táctil, encendida por el color, vibraciones de luz, el buen oficio de pintor insistiendo en veladuras, cultivando sabia y pacientemente esa naturaleza que es metáfora de paisaje y que, como al principio se dice, en buena medida remite a los orígenes impresionistas de la modernidad.
La Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Siero convoca anualmente el Certamen Nacional de Pintura Contemporánea “Casimiro Baragaña”.
EXPOSICIONES INDIVIDUALES
EXPOSICIONES COLECTIVAS
1.- Fundación de cultura del Ayuntamiento de Oviedo (1996)
2.- Ayuntamiento de Siero (2005)
3.- Fundación municipal de cultura de Siero (Asturias) Mural del Ayutamiento. 2008
E-mail: info@casimirobaragaña.es
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